Anónimo

«¿Cuál es el requisito básico que se demanda para que un día podamos definir plenamente las cualidades de la luz? Haber estado, aunque sea por un instante, arropados por las sobrecogedoras alas de la oscuridad. Igual nadie podrá hablar del almíbar de la miel si no ha saboreado el acíbar de un trago amargo. Todo en la vida tiene sentido a partir de su contrario y la vida misma es una permanente partera de lo paradójico. Con estas afirmaciones tratemos de comprender el valor de la existencia a través del paradigma que plantea que no hay moneda de una sola cara y que las dos que posee, aunque diferentes, son las que precisamente le asignan su valor.

La cara de la vida que habla del amor tiene acuñada una invitación muy pertinente que reza: «A lo largo de tu existencia ama siempre, que amar es un mandato divino. Déjate guiar por el amor que es el más confiable de los sentimientos, el único que como un faro orientado te llevará al puerto seguro de una compañía valiosa, del perdón, de la paz, de la comprensión y de la concordia. Ama a tus padres, a tus hermanos, a tu pareja, a tus hijos, hasta a tus enemigos si puedes; puesto que el amor reúne y protege contra la soledad. Ama tus metas y sueños, tus empeños, tus logros, tus reveces, e incluso tus fracasos, porque el amor es una fuerza que compromete, repara y reanima.

La otra cara, la que da cuenta del dolor del alma, ese sentimiento que nos sobrecoge de solo imaginar que existe; tiene gravada una advertencia lapidaria, dura e intimidante que dice: «En el transcurrir de tu existencia, cada vez que te dispongas para el amor también te estarás disponiendo para el dolor, porque todo en la vida tiene un final y la rubrica de los dioses es el dolor»

Anónimo