
«No hay una identidad humana permanente o eterna. El espíritu es eterno y está tomando millones de formas en cada segundo.» Rasech
Todos nacemos con un destino. El cuerpo actúa sin intervención de nuestra voluntad, nacemos y morimos cuando llega nuestra hora, no cuando queramos, pasamos de bebes a jóvenes, a adultos y a la vejez sin que nuestras decisiones intervengan en ello y desde que nacemos queremos hacer nuestra voluntad y ya más grandecitos pensamos que somos seres individuales independientes, con libre albedrío que tomamos nuestras decisiones sobre la vida. Creemos que podemos solucionar todos los problemas y sólo podremos hacerlo, si estas soluciones están sincronizadas con todo en la creación, nada se sale de su sitio, somos como una máquina de reloj, todo en la creación está sincronizado.
Dios y la creación es como un juego de computador, donde el creador del programa da las normas a seguir en el juego, también pone los obstáculos que se le pueden presentar y las diferentes y posibles soluciones. El jugador encuentra que tiene diferentes posibilidades para resolver las situaciones que se vaya encontrando en el juego y puede escoger una forma de actuar entre las posibles oportunidades que le muestran. El jugador no puede saber cuál de estas opciones lo llevara de la mejor manera y más rápido a la solución de la situación, él escoge una que asume sea la mejor, si no resulta como quería puede volver a escoger entre las diferentes opciones y dependerá de la programación individual del jugador decidir cuáles y cuantas veces sea las que escoja.
Esto anterior es una analogía donde el creador del juego es Dios. El jugador, para efecto de la analogía, somos todos los seres humanos. Dios es el observador que experimenta su creación en el juego de la vida que se pone en marcha en la concepción y termina en la muerte del cuerpo, el reciclaje de la materia, el cambio de forma para esa individualidad.
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